Los desiertos.
Hace muchos años, aún cuando La Tierra estaba rodeada de tinieblas, las
personas se sentían vacías y sin sentido alguno de la vida, donde había
ausencia de sonrisas y lagos de lágrimas; existió una pequeña aldea donde
hombres, mujeres y niños vivían una rutina, sin felicidad.
El alma de La Tierra, al ver con gran preocupación lo que sucedía, pensó
en alguna manera para cambiar este rumbo. Llenó enormes espacios de arena
cálida, le ordenó al Sol que nunca dejara de brillar con todo su esplendor en
este lugar y al Viento que no dejara de moverse con gran fuerza para levantar
aquellos granos de arena y hacerlos volar.
Ya estando listo este nuevo, cálido y hermoso lugar, el Alma de La
Tierra envió allí a todas las personas infelices para darles una sabia lección.
Estas personas marcharon al Desierto, que así llamó el Alma de La Tierra. Las
personas no comprendían por qué habían sido enviadas a un lugar aún más
solitario, sin embargo, continuaron con sus vidas. Poco a poco empezaron a
notar que sonreían más y casi nunca lloraban, finalmente eran felices.
El Alma de La Tierra, satisfecha por lograr su cometido, les habló desde
el horizonte: “Son finalmente felices porque en este espacio tan grande y
solitario se encontraron con ustedes
mismos, entendieron que la felicidad depende de cada uno de ustedes y de lo que
llevan dentro. Era necesario que conocieran la soledad”
Desde entonces en los Desiertos, el Sol brilla con todas sus fuerzas, el
Viento sopla con todo el entusiasmo para rozar la piel de todos aquellos
viajeros que van en busca de ellos mismos.
Y si se preguntan por qué la ausencia de agua en los Desiertos, es
simple, en los Desiertos no hubo más lagrimas.
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