miércoles, 11 de septiembre de 2013

Autobiografía.


Dicen que cuando nació, parecía un ratoncito sin pelos, bien fea. Su madre, llena del más puro amor, que acababa de experimentar por primera vez, sonreía llena de sudor y felicidad. Tenía una lista de diez nombres y Wendy, no estaba allí. Pero sí, así la llamaron… Wendy.

Aprendió a leer muy rápido, supongo que porque los únicos regalos que recibía eran libros, una vez una tía le regaló una muñeca y no le gustaba, en serio. Desde allí cada vez que recibía una muñeca de regalo se enfurecía y nadie entendía su actitud.

En sus primeros años demostró una fuerte inclinación hacía lo artístico, no paraba de cantar, bailar, actuar y modelar. Hacía shows a sus familiares y vecinos con mucho encanto y cobraba la entrada.

Fue una niña feliz, un poco caprichosa y consentida, por eso de ser hija única, buena estudiante y siempre un poco autoritaria, amaba cantar y todo eso, en serio. Callada, pero comunicativa. Solitaria, pero observadora. Juiciosa, pero divertida.

Esa etapa de su vida le encanta contarla, sonríe recordando olores, sabores, lugares, personas. Cree firmemente que se formó como persona antes de los 10 años, cree bien.

Su adolescencia fue complicada, bueno no la más complicada de todas, lo normal. Siempre fue muy madura, pero justo en esa etapa supo que la vida no era ese mundo fantástico que sus libros le describían, era mucho más fantástico aún. Vio, escuchó y vivió cosas que creía imposibles; sentimientos que jamás pensó que le perforarían el corazón o el alma, o ambos.

Actualmente, un poco adentrada a la adultez, es una chica centrada, madura, sensible, divertida, cariñosa y caprichosa, aunque ya no es hija única. Sueña mucho y persigue sus sueños, una guerrera.

Hoy es solo una persona con grandes vivencias que no cambiaría por nada, aunque con solo mencionarlas se le agüen los ojos. Agradecida eternamente por esta vida tan bonita que le ha tocado vivir y siempre a la expectativa de lo que va a pasar hoy, esperando que sea lo que quiere, o por lo menos que le haga ser cada día más Wendy. Sí, más Wendy. Aunque su nombre nunca haya estado en esa lista.

Ven conmigo.


Acostada en el césped, el Sol me da en la cara y veo las nubes con los ojos entreabiertos. Es una cálida mañana de domingo, la brisa corre y todo es perfecto en ese pequeño instante infinito.

Cierro los ojos y aparece él. Sí, él. No ese él que todos creen o que tanto he nombrado, sino él, mi él. Fue un sueño? O en realidad sucedió? Pienso. Es muy poco el tiempo que logro mantener mi mente en blanco, lástima.

Es mentira que va a venir, siempre es mentira. Sin nada que perder ya, espero. Una hora ha pasado, no entiendo cómo no me he cansado de esto.

Llega. No puede ser. Hubiese preferido que no, al sentir como el corazón casi se me sale por la garganta. Es él. Mi él. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, un año,  6 meses y 12 días. Cuando todo acabó, sentí como si me desgarraran los órganos, o mejor dicho, como si me halaran eso que llaman alma y simplemente aquí está, frente a mí, esperando una respuesta a la absurda preposición que me había hecho un día antes en una llamada. “Vente conmigo”

Pero no puedo irme, dejar todo por él y olvidarme de toda esa historia que por cierto, no fue un sueño. Y mis estudios?  Mi trabajo? Mi vida? Y lo que siento? Todo esto pasó por mi cabeza en los segundos en que nuestras miradas se cruzaron.

-Hola. Me dice.

-Hola.

-Necesito que me perdones.

-No me pidas perdón, el daño ya está hecho.

-Lo sé.

Silencio absoluto, desvío la mirada hacia el lado derecho y veo dos niños jugando con una pelota, me siento en el limbo. Se desata una guerra de emociones justo debajo de mi cuello, al lado izquierdo; me coge las manos. Me siento desarmada.

-Yo necesito que me des unos minutos. Le digo.

-Aquí estoy.

-Lo sé.

Me suelto de sus manos y me alejo caminando hacia el lado izquierdo del parque, “Estoy profundamente enamorada”, “no es justo que después de tanto sufrimiento ceda como si nada”, “el verdadero amor perdona”, “lo amo”, “lo odio”, “quiero casarme con él”, “quiero no haberlo conocido nunca”, “No puedo perdonarlo”, “no puedo perdonarme”, “sin él estoy bien”, “lo necesito en mi vida” y empiezo a sentir el corazón como una licuadora, un nudo enorme en la garganta y las lágrimas no pueden aguantarse más. Volteó hacia él, lo veo desde lejos y poco a poco, como si me acercara a un incendio, camino de vuelta a donde está.

-Ven conmigo. Me dice.

-Ven conmigo tú.

-Acaso no es lo mismo?.

-No, no lo es.

El techno.


“¡Punki, punki, punkipunki! Así solemos definir este estilo musical  que nace en 1988 en Detroit: el techno…”  Decía la locutora de la radio esta mañana en la emisora que siempre suelo escuchar en pleno tráfico citadino. Empieza una canción con el característico “punki punki” y en seguida cambio la emisora.

“¿Cómo pueden decir que eso es música?, eso da dolor de cabeza, ni siquiera se puede bailar” digo en voz alta mientras veo el semáforo en rojo.

“Mamá, ¿por qué tienes que ser tan amargada?” Pregunta la chica adolescente que va de copiloto, Julieta, mi hija. Devuelve la emisora y solo escucho una serie de sonidos que se repiten mil veces cada uno y veo de reojo a Juli moviendo la cabeza de arriba hacia abajo al ritmo de lo que suena. Mi dedo índice de la mano derecha empieza a moverse encima del volante sin que me dé cuenta.

Todo empieza a llenarse de humo, veo borroso y la música está altísima… Muchas luces de colores neón se mueven por todas partes, ¡qué calor hace! Estoy bañada en sudor, rodeada de gente brincando. ¿Y Julieta? “Julieta, Julieta” Grito pero ni yo misma puedo escucharme. “Permiso joven, permiso señorita” digo entre el tumulto, nadie me mira. Todos están como hipnotizados, saltando como locos. “Dios mío, ¿qué es esto?”.  “Mamá, ¡mamá!”. “¡Juli no te veo!”. “Mamá, ¿qué te pasa?”

Veo como el semáforo cambia de amarillo a verde…  Bajo el vidrio para sentir un poco de aire, me paso la mano por la frente y de inmediato apago la radio. Julieta me mira como a un bicho raro “¿estás bien?” Me pregunta. “Si,  pero solo podemos escuchar techno en el gimnasio” respondo desconcertada.

Georgia O´keeffe.


P.D: Querida Georgia, si lees esto hazme saber tu opinión, quiero empezar a escribir sobre ti, yo sé quién eres realmente, mi amigo Jack podrá publicarlo si así lo deseas, sé que las palabras no te definen, pero una mujer como tú merece perdurar en el tiempo, y sé que así será a través de tus obras y mis fotografías. Pero por lo menos permíteme sentirte más cerca plasmando nuestra historia. Ten siempre presente que para mí no eres una vez, eres todas las veces. Siempre tuyo, Alfred Stieglitz.
 
 
No empezaré con el típico “Érase una vez” porque ella no era una vez, ella fue todas las veces.
Tengo grabado en mi memoria ese día, no sabía que era ella cuando vi entrar a una mujer en mi galería de arte, recorrió con la vista el gran salón lleno de cuadros y fotografías de grandes artistas y fijó la mirada en un cuadro en específico. Me acerqué:
-Maravillosamente genuino, ¿no?
-Muchas personas no piensan lo mismo, quítelo.
-(Desconcertado) ¿Ah? ¿Quién se cree para venir a imponerme eso?
-Bueno, (sonriente)  soy Georgia O´keeffe.
Desde ese mismo instante jamás dejé de hacerle saber lo maravillosa que era, sólo que siempre me referí a su creación y nada más. Me enamoré como un adolescente que cree que tomar de la mano a su amada es lo más increíble que puede existir y ella me correspondía, aunque no logro entender aún qué fue lo que vio en mí, solo era un viejo  y reconocido fotógrafo de Nueva York que captaba su belleza y feminidad en imágenes y que ciertas noches le hacía el amor.
Irreverente y cautelosamente directa. El mismo día de nuestra boda me hizo saber delante del notario y los testigos que no se pondría mi apellido ni el anillo, y en seguida me dio el beso más lleno de amor que hasta ese momento había sentido.
Nunca había sido tan feliz, a pesar de haber tenido un matrimonio anterior con dos hijos incluidos que ahora no quieren ni escuchar mi nombre, pero eso no importó, Georgia fue mi todo, hasta la sentía como mi hija.
En el momento en que presenté en una exposición las fotografías que tenía  de cada parte de su cuerpo, totalmente desnudo, todo el círculo de artistas y periodistas supieron quién era, conocieron su belleza, su talento y su obra comenzó a ser valorada al mismo tiempo en que nuestro mundo comenzaba a derrumbarse.
Todo lo planifiqué, cada detalle… Georgia entró en el gran salón, y al ver todas sus fotos salió enseguida, la seguí y estaba llorando sentada en el piso.
-Mi cuerpo es solo para ti, esas fotos fueron para ti, es muestra de mi gran amor… ¿Cómo pudiste mostrárselas al mundo?
-Georgia, están todos asombrados de lo que eres, de lo que transmites, de tu esencia, a partir de hoy todo el mundo sabrá quién eres.
-No quiero que sepan quién soy, no quiero hablar con nadie, no quiero decir nada, ni las palabras ni mi cuerpo son valiosos para mi, no quiero que me conozcan por eso. Si van a saber quién soy, que lo sepan por mis cuadros, que me vean en mis trazos, en mis líneas, en los colores… allí sabrán perfectamente quién soy.
Hay otro recuerdo, ese sí quisiera borrarlo, pero es imposible porque fue el momento en que la perdí, perdí su alma. Fue en el garaje donde ella solía pintar donde me encontró con Dorothy, la nueva socia de la galería.
Ella se fue a Nuevo México, nos escribimos por un tiempo, me dice que es feliz rodeada de la naturaleza, dice que es a donde siempre perteneció. Dijo una vez que yo necesitaba a alguien a quien pudiera moldear a mi antojo y quizás tenga un poco de razón.