miércoles, 11 de septiembre de 2013

Ven conmigo.


Acostada en el césped, el Sol me da en la cara y veo las nubes con los ojos entreabiertos. Es una cálida mañana de domingo, la brisa corre y todo es perfecto en ese pequeño instante infinito.

Cierro los ojos y aparece él. Sí, él. No ese él que todos creen o que tanto he nombrado, sino él, mi él. Fue un sueño? O en realidad sucedió? Pienso. Es muy poco el tiempo que logro mantener mi mente en blanco, lástima.

Es mentira que va a venir, siempre es mentira. Sin nada que perder ya, espero. Una hora ha pasado, no entiendo cómo no me he cansado de esto.

Llega. No puede ser. Hubiese preferido que no, al sentir como el corazón casi se me sale por la garganta. Es él. Mi él. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, un año,  6 meses y 12 días. Cuando todo acabó, sentí como si me desgarraran los órganos, o mejor dicho, como si me halaran eso que llaman alma y simplemente aquí está, frente a mí, esperando una respuesta a la absurda preposición que me había hecho un día antes en una llamada. “Vente conmigo”

Pero no puedo irme, dejar todo por él y olvidarme de toda esa historia que por cierto, no fue un sueño. Y mis estudios?  Mi trabajo? Mi vida? Y lo que siento? Todo esto pasó por mi cabeza en los segundos en que nuestras miradas se cruzaron.

-Hola. Me dice.

-Hola.

-Necesito que me perdones.

-No me pidas perdón, el daño ya está hecho.

-Lo sé.

Silencio absoluto, desvío la mirada hacia el lado derecho y veo dos niños jugando con una pelota, me siento en el limbo. Se desata una guerra de emociones justo debajo de mi cuello, al lado izquierdo; me coge las manos. Me siento desarmada.

-Yo necesito que me des unos minutos. Le digo.

-Aquí estoy.

-Lo sé.

Me suelto de sus manos y me alejo caminando hacia el lado izquierdo del parque, “Estoy profundamente enamorada”, “no es justo que después de tanto sufrimiento ceda como si nada”, “el verdadero amor perdona”, “lo amo”, “lo odio”, “quiero casarme con él”, “quiero no haberlo conocido nunca”, “No puedo perdonarlo”, “no puedo perdonarme”, “sin él estoy bien”, “lo necesito en mi vida” y empiezo a sentir el corazón como una licuadora, un nudo enorme en la garganta y las lágrimas no pueden aguantarse más. Volteó hacia él, lo veo desde lejos y poco a poco, como si me acercara a un incendio, camino de vuelta a donde está.

-Ven conmigo. Me dice.

-Ven conmigo tú.

-Acaso no es lo mismo?.

-No, no lo es.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario