viernes, 22 de marzo de 2013




Había una vez en un reino muy lejano, un castillo hermoso, donde vivía una linda princesa que soñaba con encontrar el amor.
La princesa adoraba los vestidos, tenía muchísimos, de todos los colores… Ella guardaba un gran secreto, cada vestido, dependiendo del color, le proporcionaba un maravilloso poder.
Con el vestido azul lograba volar tan alto como las nubes, el vestido rojo enamoraba a todo aquel caballero que la viera, con el amarillo  podía brindarle felicidad a todos los que estuviesen a su alrededor, con el blanco se volvía invisible (pocas veces lo usaba), con el negro podía manejar el clima a su conveniencia, el rosado que era su favorito lo usaba para poder solucionar cualquier problema que se le presentara, con el verde podía hablar con los animales y con el púrpura se comunicaba con las hadas y los duendes del bosque.

Ella era feliz, pero necesitaba algo en su vida… cierto día la princesa se preguntó a sí misma quién sería realmente sin la ayuda de sus hermosos trajes y se sintió completamente pérdida… Podía ofrecerles muchos beneficios a los demás, pero ¿qué podía ofrecerse a ella misma? Quería encontrar el secreto, la magia y el encanto de su alma y de su corazón sin ningún tipo de adornos o accesorios.
Decidió dar todo porque así fuese y se le ocurrió la genial idea de hacer un vestido de todos los colores, como un radiante arcoíris, después de todo, su vida siempre había estado llena de colores, era imposible renunciar a ellos. El día que estrenó ese deslumbrante vestido, conoció a un encantador príncipe, se enamoraron perdidamente… la princesa por fin logró encontrarse con ella misma cuando lo conoció a él. El príncipe amaba los colores de la princesa, pero también amaba su desnudez y la sencillez de su alma.



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